jueves, 7 de enero de 2010

Pensando en ti



Aparqué el vehículo y entré al supermercado, tomé un coche y me dispuse a recorrer los pasillos en busca de los ingredientes necesarios para la cena que tenía en mente, no me percaté, al principio, que la ruedita del coche estaba averiada y ello producía un no muy tenue movimiento, no le di mucha importancia y continué con mi recorrido.

En el primer pasillo me encontré a una pareja que, aunque casi no se hablaban, parecía que sí lo hacía en otra dimensión, una especie de percepción o comunicación extrasensorial, bastaba una mirada para darse cuenta de que eran uno, goteaban una relación especial, intangible, esa que solo los verdaderos enamorados logran con el tiempo, ¡qué bien!, me dije para mis adentros.

Tomé unas latas de pasta de tomate y me dirigí al mostrador de carnes, pues mi idea era hacerte esos espaguetis a la boloñesa que tanto te gustan, tome el paquete y continué por los pasillos. Me detuve en el que se encontraban los quesos, un niño correteaba de acá para allá sin que nadie lo reprendiera, me molesté un poco cuando, en su carrera, botó unos frascos que, por dicha, no se rompieron, en ese momento me enojé conmigo mismo y recordé lo feliz que fue mi infancia hace ya 46 años y me dije ¡quien tuviera ocho años! para llevar una vida en la que solo importe ser feliz y que nada te presione. Compre un cartón de parmesano rallado, el que adoras, y continué el recorrido.

En las góndolas de licores reparé en buscar un vino tinto joven, preferiblemente chileno o argentino, para acompañar nuestra cena, ya la imaginaba regia y que te gustara tanto que tus ojos chispeantes me lo anunciaran sin que pronunciaras palabra, me decidí por el chileno, al fin y al cabo te he dicho que prefiero los tintos maderables que los frutales. Pensé, por un momento, que le estorbaba a un señor que tras de mí, no se movía, al hacerme a un lado pude notar lo que sucedía, era que se tambaleaba, estaba un poco pasado de copas, pero no era un borrachín típico, no, para nada, era una persona vestida impecablemente y de agradable apariencia, ¡anda de fiesta!, reparé para mis adentros, está bien, nos merecemos todos unas copitas de cuando en cuando, sí ya sé lo que me dirás que en mi caso eso es muy frecuente, pero compréndeme, si no te tengo a mi lado, tanto como yo quiero, algo de consuelo encuentro en el fruto de la vid, y me acompaña.

Cuando creí que ya había terminado, recordé que faltaba el toque romántico y busque prontamente una velas, de aquellas aromáticas que te encantan con olor a vainilla o a canela, como no me decidí, lleve de ambas, claro, solo iba a poner de un tipo, el que tú prefirieras y guardaría el otro para la siguiente ocasión, justamente cuando llegué una señora compraba un paquete pequeño de velas de color celeste y en ese momento llegó el “niño terremoto” y la señora velozmente escondió las velas, comprendí entonces que le estaban preparando una fiesta sorpresa al pequeño huracán, ¡qué feliz se va a poner!, al apagar las velas acompañado de sus amigos y familiares y luego abra los regalos que despierten su curiosidad, rompiendo apresuradamente los elegantes y delicados envoltorios, sin ningún dejo de preocupación por ello. Pude oír que el pequeño le preguntaba a la señora: mami ¿me quieres?, me resultó extremadamente tierno que ella tomara la carita del pequeño pillo, la cual por cierto no estaba muy limpia, y le imprimiera un beso en su mejilla al tiempo que le decía: “eres la personita más importante para mí”.

Bastante optimista por haber captado todas las pequeñas aventuras que siempre están a nuestro alrededor pero que, a veces, no atendemos por estar sumidos en nuestras propias preocupaciones, hice fila en la línea para la caja registradora y mientras la cajera pasaba las cosas noté que sus ojos estaban húmedos más allá de lo usual, ya sabes lo conversador que soy, pregunté, sin intentar inmiscuirme en la vida ajena, si estaba enferma, intentó contestarme pero los ojos se le llenaron más de lágrimas y algo se le quedó atorado en la garganta. Comprendí entonces que era mejor guardar silencio, la pantalla indicó el valor de lo comprado y en ese momento quizá porque no había más personas esperando, porque le infundí confianza o, simplemente, porque necesitaba desahogarse, me dio las gracias por haberle preguntado si estaba enferma, y me comentó que lo que le pasaba era que le acababan de dar unos resultados clínicos del estado de salud de su madre y no eran nada halagüeños y, para colmo de males, su jefe no le había dado permiso de retirarse para ir a donde ella.

Me puse más rojo que la pasta de tomate que llevaba para nuestros dichosos espaguetis, imprudentemente le dije: “yo que usted dejo todo botado y me voy, al fin y al cabo es su mamá, la que la crió, la que le dio la vida, esto es un simple trabajo”, me miró como si en su mente se prendiera una luz, tocó el timbre que utilizan para llamar al supervisor y casi sin dejarlo llegar le dijo: “me parece muy injusto que no me diera permiso de ir a estar con mi madre, yo le explique a usted la situación, lo lamento pero lo he meditado y me voy pues ella vale mucho para, si quiere me despide, no voy a cambiar de opinión”, el volumen que ella utilizó había sido tan alto que otras compañeras escucharon y, aunque antes se habían retenido apretando los dientes, se notaba que conocían bien la situación, dijeron casi al unísono y a manera de solidaridad, que si a ella la echaban por eso, que también contara con su renuncia, eran 4 ó 5 que, ahora, rodeaban al supervisor.

Quiero pensar que no fue por la presión de las muchachas sino porque de un momento a otro se dio cuenta de lo injusto e inhumano que estaba siendo y le dijo a la muchacha: “claro, tiene usted toda la razón, vaya donde su mamá y atiéndala, si no puede venir mañana me avisa por favor”, parecía que una nube de polvo quedaba tras el paso de la muchacha que salió sin más dilación al encuentro de su madre, no para recibir abrigo, en ésta ocasión, sino para dar consuelo, amor y comprensión. Solo en ese momento me percaté de que tenía en mi mano la tarjeta de crédito con la cual pretendía pagar la cuenta, tú sabes cómo odio cargar efectivo, por lo que otra persona tuvo que venir a finalizar el trámite de cobro de mis compras, me atrasé unos quince minutos, pero ¡bien valió la pena!, de hecho, me sentí muy conforme conmigo mismo por haber propiciado, de alguna manera, que algunos recobraran el juicio y se dieran cuenta de lo que es verdaderamente importante.

Llegué a la casa, ya se me había hecho tarde, dichosamente la receta seleccionada era rápida de hacer, en un dos por tres, sin considerarme un gran cocinero, tenía lista la cena, los platos y cubiertos en la mesa, las bombillas a media luz, y como soldaditos dispuestos por todo el comedor, las velas de una y otra esencia, las cerillas a la mano, para que, tan pronto eligieras el aroma, pudiera encenderlas. Llegaste puntual del trabajo, te veías abatida, sé que gastas muchas horas en tu labor y debes concentrarte mucho para tener a tiempo y con precisión los informes que preparas y también conozco esa mirada de desaliento, cuando piensas que nadie valora realmente lo que haces con tanto empeño y cariño, por eso me sentí muy contento cuando viste todo lo que tenía preparado y saboreaste el platillo que elaboré solo para ti y que casi engulliste de un solo bocado, no necesité que me dijeras lo mucho que te gustó, lo pude ver en tu cara, ni siquiera te conté cómo estuvo mi día, esa noche era solo para ti.

¡Cuánto me alegré de que todo lo que preparé recargara tus baterías!, pues cuando luego de lavar la loza y alistar lo necesario para la faena del día siguiente, fuimos a la habitación y ahí me otorgaste una vez más esa prenda tan preciada que me das con tanto amor y que yo recibo con la mayor de las alegrías, que fue más allá de lo que físicamente representa, que es algo que me llega al corazón y llena el alma. Por unos minutos nada en el mundo importó, quizá hasta se detuvo y no nos dimos cuenta, lo que importaba era que estuvieras a mi lado y que fueras feliz. No fue por inseguridad, sino que quizá, como un reflejo al acordarme del “pequeño ciclón” del supermercado, que te pregunté: ¿me quieres?, la ternura de tu respuesta fue tan grande que no me alcanzan las hojas que tengo a mano para poder describirlo.

Tú en este momento eres dulce en mi vida !

Encuentro de almas al plasmar...

Mar imborrable de inspiración...

Sol que irradia mis días...

Ly

Enero

06 2010

05:05 p.m

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